lunes, 2 de junio de 2014

CADA CULTURA GENERA, INTERPRETA Y APLICA SU PROPIO VALOR PÚBLICO


La globalización económica ha traído prosperidad para sectores de la humanidad que han aprovechado sus ventajas competitivas, esa misma situación  no se puede afirmar  frente a los efectos de los tratados de libre comercio que se han suscrito en diferentes partes del orbe, especialmente entre países con relaciones asimétricas, donde los elementos subyacentes de la ética andan bien refundidos, tanto de los unos como de los otros, dejando sin sabores entre amplios sectores poblacionales, los cuales son confundidos de una manera perversa, haciéndoles creer que el valor público está en el intercambio comercial y no en el bienestar de hombres y mujeres que desean los medios para ser felices. Lo que llama la atención  es que la cultura de esquiva inclusión y baja autoestima, enraizada en lo más profundo de los seres latinoamericanos, ha confundido a muchos coterráneos para identificar el valor público que podría generar las decisiones gubernamentales.
 
Si bien, la universalización en áreas como los Derechos Humanos y la misma economía, han traído mayores niveles de vida, no se puede decir lo mismo de la pretendida homogenización global de la cultura, la cual ha generado perdida de identidad y un hedonismo salvaje, no sólo en el común de la gente, sino también a “académicos” y gobernantes que “piensan” que las soluciones a los diversos problemas que aquejan a la humanidad se resuelven con medidas idénticas sin considerar su historia, sus principios , sus vivencias. Con el fin de que las reformas contribuyan a generar ambientes de valor público, éstas deben considerar la historia, la cultura de la nación donde se implementen.

Las reformas que desconocen las culturas de las naciones, adolecen de una cimentación que garantice su viabilidad y sostenibilidad, incluso esas mutaciones en el caso regional, debe primero analizar el recorrido histórico cultural de los países latinoamericanos, especialmente el abismo que saltamos entre la etapa medieval y la posmodernidad, verbo y gracia, por un lado el rezago del modelo de producción agrícola, y la debilidad de la infraestructura vial y portuaria, y por el otro la modernización de las telecomunicaciones, temas que deben ser analizados desde una arista cultural, y no solamente desde las teorías económicas y/o políticas.

Resultaría valioso revisar si la cultura de los pueblos latinoamericanos, contienen los elementos que caracterizan  la modernidad que han vivido la sociedad europea y norteamericana: el individualismo, la crítica, la autonomía y el idealismo. Para determinar, si las reformas tiene el mismo asidero en los países del norte que en las naciones del sur. Probablemente se observarán grandes vacíos en los comportamientos de los latinoamericanos. Seguramente un grupo no significativo si  han adoptado o interiorizado en su comportamiento las premisas anotadas, pero la gran mayoría de la población se caracteriza por una autoestima que les obstaculiza percibir las ventajas de apropiarse de ellos; así las cosas, una reforma del Estado, incluida la puesta en marcha de un Modelo de Gestión, necesariamente debe armonizar los asuntos públicos con la cultura de los  colombianos.

Las reformas que tanto necesita nuestro país debe tener presente, si el sentido de la responsabilidad individual,  y la asunción del trabajo como medio para realizar un proyecto de vida, premisas de la Modernidad a la configuración de la personalidad del hombre contemporáneo, conjugan con los modelos de gestión pública que adaptan los gobernantes; de tal manera que no se presente un rompimiento entre la cultura y las políticas públicas que se implementan. Es necesario evaluar que por un lado, tenemos un complejo marco de referencia sobre cambios en los asuntos públicos y de sociedad global, que en lo formal le imprimen a la dinámica social  el ritmo de unos hombres y mujeres que actúan en concordancia con los valores instrumentales de las más avanzadas sociedades contemporáneas, pero, por el otro, un comportamiento real y cierto de los colombianos, caracterizado por la dependencia y el culto al poder. Por ello es necesario que con el propósito de alcanzar niveles de competitividad que respondan a las demandas globales, las reformas en la región deben considerar  que  cada cultura genera, interpreta y aplica su propio valor público.





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